Vives estampado en el centro sobre el alma blanca de mi bandera, “guerrero aguial” fuiste en otros tiempos. Y la metamorfosis te convirtió en escudo, en moneda, por eso escogste la redondez de la esfera, de la tierra que me cubrirá cuando muerra. Hijo de la piedda del sol a la que la aberración occidental enterró Figura subliminal de la perfección. Rueda que nunca se usó en señal de veneración.
Del lado de Tenochtitlan, se que sacaron la piedra de donde nace el nopal cno frutos a manos llenas. Sobre él, con delicadeza apoyas tu pata izquierda y en generosa ofrenda nos muestras la figura perfecta de la fertilidad: aire, agua, fuego y tierra; ¡Mis antiguos dioses! Símbolo evocador de múltiple naturaleza. Panteísmo juzgado antes de que naciera.
Donde quiera que te veo me platicas de tus cosas: de nopales, de pitayas de naturaleza indómita; por difícil que parezca siempre surges y te paoneas, como el guajolote de mi abuela.
En la cocina te tengo, en el jardín te contemplo. Son las ramas del laurel mi condimento; y encino, madera que convertida en máquina de tortear, da sabor a mi alimento. Orlean y envuelven tu imagen soberbia.
Las semillas y raíces que te acompañan, abotonando tu estampa entre el verde y escarlata, son simientes de mi raza, que en su majestuosa casa de barro habitarán para siempre.
Despedazas y devoras la serpiente de la astuica. Aculebrado símbolo universal de la curación. Remembranza de los que comemos los autóctonos misterios de la verdadera sanación. El cascabel de la víbora inicia el ritmo de una danza, y mi alma descansa cuando aparece la luna.
Gallarda estampa la tuya, sinónimo de fiereza, fuerza e inteligencia; en forma de pensamientos invaden las nubes y vuelan a las alturas como sueños, transformándose en agua de lluvia en honor a Tláloc, nuestro padre, invadiendo los cauces de los ríos que serpenteando recorren la tierra.
Que tus plumas me acaricién y purifiquen mis intenciones, acciones, deseos y sueños. Como vuelas por el cielo rompiendo el viento, rómpeme el corazón con tu aliento, águila virginal, multicolor, hermana del quetzal y del caracol. Que tus garras me roben la codicia que a veces siento y me dejen al servicio de mi raza, de mi gente, de mi pueblo... Ni Maximiliano eliminando el penacho de tu cabeza, logró opacar nuestra grandeza.
Tantos gobiernos ladrones y vende patrias, que han querido arrancarnos la riqueza de este pueblo, creyendo que al despojarnos del dinero nos moriríamos como ellos; pero no, la pobreza se supera con ideas. Y la abundancia cultural permanece en tu corazón indígena, agazapada esperando dar zarpazo al enemigo.
Agárrame con fuerza, como a la culebra para que no calle más, quiero ser el colibrí; estoy cansado de ser testigo mudo, paciente observador o cómplice. Enséñame a gritar contigo por los cielos, por los suelos, por los bosques; Que ha llegado la hora de surgir con la naturaleza que no ha muerto. Mi voz ha de rugir en el hogar, en la cuidad, en la escuela. El silencio es mal amigo cuando calla la verdad, renuncia a la denuncia, desprecia la sorpresa...
Aunque me cale tu pata, en el centro del alma; oprímela, para que salga el espíritu de Quetzalcóatl, y vuelve la profecía esperada de su regreso.
Sin tregua, ¡Vamos a dar la guerra!... La guerra de las ideas... Y que está, aborte en coloquios, consensos, diálogos, acuerdos, tratados; se refugie en ideales, en proyectos, en creaciones. Que la muerte nos reviva a una vida más completa.
Nada le pides a Grecia, cuna de la civilización moderna, nada le debes a Europa, que queriendo sojuzgarte se contagió de grandeza.
La Malinche
Esta obra firmada por la Malinche, es una reivindicación de su pensamiento. Ella en vida se limitó a interpretar, descubrir, descifrar lo que otros pensaban y deseaban; fue el personaje que habla pero que no tiene voz propia. Quizá su muerte se deba a ello: se atrevió a denunciar... Fluye en mí su espíritu lleno de coraje, fuerza e impotencia; toma mi voz la que fue voz de tantos y no pudo expresar su sentimiento.
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